Cuando estamos embarazadas
vivimos una etapa hermosa en la que descubrimos lo maravilloso de nuestro
cuerpo humano, de sentir al bebé, de engreírnos como si fuéramos otro bebé, de
preparar todo para cuando llegue el momento de conocerlo, etc.
Hasta que llegamos al séptimo u
octavo mes, donde perdemos un poco la gracia, y comenzamos a desear que el bebé
nazca lo más pronto posible; sí, el embarazo es hermoso, pero llega un momento en
el que no queremos esperar más.
Cuando vemos a ese ser
maravilloso por primera vez, nos damos cuenta que no habíamos conocido el amor
hasta ese momento y nos acurrucamos a su lado cada vez que podemos para
contemplarlo y sentirnos nuevamente uno; y empezamos nuestro viaje maternal con
la dulce y dolorosa lactancia y las noches sin sueño completo; así descubrimos
su primera sonrisa, y como aprende a voltearse, entre otras cosas. De pronto
nos sentimos raras…nuevamente, y nos sentimos un poco cansadas.
Luego viene mágicamente la etapa
de las comidas, aprendemos a cocinar al ritmo que ellos aprenden
a comer, disfrutamos (algunas con dolor) de cómo empiezan a salir sus primeros dientes y verlos más independientes queriendo caminar. Comenzamos a planear cómo celebrar ese primer año de su vida que cambió completamente la nuestra. Los días son largos, los años pasan volando. Y nuevamente ese “algo” que aún se nos hace desconocido y que nos preocupa…nos sentimos cansadas.
a comer, disfrutamos (algunas con dolor) de cómo empiezan a salir sus primeros dientes y verlos más independientes queriendo caminar. Comenzamos a planear cómo celebrar ese primer año de su vida que cambió completamente la nuestra. Los días son largos, los años pasan volando. Y nuevamente ese “algo” que aún se nos hace desconocido y que nos preocupa…nos sentimos cansadas.
Pero ahí no termina todo, porque seguimos inspiradas a pesar de tanto cambio, y entonces pensamos que ese cansancio no es nada; ya sea que seamos una mamá a tiempo completo o seamos una mamá que también trabaja fuera, seguimos manteniendo los ojos y la mente abiertos para seguir disfrutando de cada nueva etapa al máximo y seguir entregando lo mejor de nosotras.
Sentimos que algo baja de
revolución rápidamente en nosotras, y nos asusta, porque ahora conocemos y
sabemos de qué se trata…nos sentimos cansadas.
Hoy después de 4 años que empecé
esta carrera (contando el embarazo) y después de lo mucho que siento empujar este
camión cisterna a la que llamamos maternidad, debo confesar que estoy más que
cansada.
El cansancio que trajo consigo
confusión, frustración, mucho sueño y flojera de salir de la cama, me ha hecho
sentir que hasta ha tapado, como un terremoto puede tapar una ciudad, todo el
trabajo y esfuerzo que le puse a mis sueños de ser una buena mamá. ¿He perdido
la inspiración acaso? o ¿he dejado atrás ese sueño que tuve cuando la sentí
dentro de mí por primera vez?
En estas últimas semanas he
buscado esa inspiración nuevamente, como la tenía cuando empezó el mágico
viaje. He buscado el brillo de mis ojos como cuando la miré por primera vez, he
buscado, y debo reconocer que no fue fácil encontrarlo… ¡No sé si lo encontré! Pero
lo que aprendí es algo más hermoso, que así como la creación tiene un ritmo y
sigue etapas o estaciones, la vida ya sea la de un estudiante, un profesional o
una mamá, también los tiene.
No está mal que nos sintamos
cansadas y que perdamos fuerza de voluntad cada cierto tiempo. Pero Tranquila,
tómate tu tiempo y abraza el invierno de tu maternidad. No hacemos mal dejando
de planear cada detalle con nuestros hijos, porque no hemos dejado de amarlos.
Lo malo sería dejarnos envolver por ese invierno y cambiar de enfoque.
Hace unos días leí una frase que dice: ningún hijo es una distracción del trabajo más importante, ellos son la obra más
importante. Y con esta frase empezaré mi primavera. Tengo algunos planes,
nuevo trabajo, un nuevo comienzo. Mi vida ha cambiado mucho desde que me
embaracé, y hoy es el tiempo de comenzar un nuevo ministerio.
“Y es que los niños nos cambian, nos pastorean. Son ellos los que
tienen el poder de mostrarnos el amor de Dios; (a veces mejor de lo que nos
pueden enseñar en algunas iglesias o hasta algunos pastores). Creo que tal vez
esa sea la razón por la que
inconscientemente no queremos que nuestros hijos crezcan. Nos acercan más a
Dios, nos hacen mejores personas, queremos que se queden como niños un poco más
de tiempo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario