Desperté
con el terrible dolor de perderla para siempre, me levanté de la cama con el
temor de no encontrarla, pero ella estaba ahí, y yo pude disfrutar sus
sueños…por un minuto. Sí, sólo un minuto, porque quedarme más tiempo podría matar
mi mañana de actividades a su lado, y es que no hay suficiente café que te
levante para disfrutar de tu día agitado con ellos (los hijos) de la mano…tras
una mala noche.
Sólo las
mamás podemos seguir caminando, cocinando, limpiando, lavando, jugando con
ellos y encima tenemos que sonreír.
En estas
últimas semanas se ha sumado a mi rutina las clases de español que estoy dando
en un colegio americano (2 días por semana). Sin embargo, el preparar las
clases hace que sea un trabajo de casi toda la semana. Romina (mi hija) siempre
está ahí ¿Mamá que haces?, ¿Mamá ya
terminas?, Mamá quiero ir al baño, ¿hacemos un picnic?, Mamá léeme un libro… y
cuanta cosa se le pase por la cabeza. La verdad es que no sé cómo logro
terminar mis clases, pero nunca deja de estar ahí, no solo cuando las preparo
sino también cuando las dicto, porque debo llevarla conmigo y la tengo siempre
a mi lado pintando, armando rompecabezas o leyendo un libro (o intentando
hacerlo); ahí está ella, mirándome de reojo como para asegurarse que sigo a su lado. A veces pienso que ella siente que la dejo
por mis estudiantes pero luego pienso: ¡Pero
si la tengo aquí!
En todo esto
de las clases que debo dictar, se me ocurrió una brillante idea. Si las mamás
siempre están ahí para sus hijos, era hora de buscar a la mía.
Debo
confesar que soy de las mamás que no tiene por primera opción dejar a su hija
en otra casa (aunque sea la de mi madre), pero hay circunstancias que me han
obligado a hacerlo en algunas oportunidades (más en este último mes). Como mi
primera clase es a las 8 de la mañana, lo mejor era dejarla dormir una noche anterior en la casa de la abuela.
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